Melquisedec, sacerdote de Dios Altísimo (Sal), ofrece pan y vino como bendición sobre Abram (1). Jesús completa este ofertorio, dándonos su propio cuerpo y sangre en forma de pan y vino (2). Así se satisface en abundancia nuestra hambre (3), mientras seguimos en nuestro peregrinaje hacia el banquete celestial (Sec.). Gn 14:18-20/ Sal 109:1-4; 1 Cor 11:23-26; Lc 9:11b-17