Ya desde el siglo II, debido sobre todo a los escritos de San Justino y de San Ireneo, la santísima Virgen es reconocida en la Iglesia como la nueva Eva o la nueva Mujer en Cristo, nuevo Adán, asociada íntimamente a la obra de salvación, reparando con su fe y obediencia el daño causado al genero humano por la incredulidad y la desobediencia de la antigua Eva: “El nudo de la desobediencia de Eva fue deshecho por la obediencia de Maria. Lo que había atado la virgen Eva por su incredulidad lo desato la virgen Maria por su fe” (S. Ireneo, Adversus haereses 3, 22, 4: SCh 34, p. 82).