Abraham ofrece el sacrificio máximo de agradecimiento (Sal), la ofrenda de su propio hijo (1). Este sacrificio prefigura el sacrificio de Jesús que murió por todos nosotros (2). En su transfiguración, Jesús revela un mesianismo de sufrimiento (3). Gn 22:1-2, 9a, 10-13, 15-18; Sal 115:10, 15-19; Rom 8:31b-34; Mc 9:2-10